Un árbol es una unidad viva relativamente sencilla. Observamos árboles, arbustos y arbolitos desde la infancia y eso nos da cierta intimidad con ellos. Esa familiaridad nos puede llevar a creer que conocemos, entendemos y dominamos todo lo relacionado con los árboles; sin embargo, como ocurre con otros campos, la cosa no es tan sencilla.
La racionalización del uso del bosque como fuente de recursos y riquezas ha llevado la administración forestal al rango de ciencia propia con varias ramificaciones. La principal de éstas es la silvicultura, la cual procura básicamente garantizar la producción de madera por parte del bosque tanto en cantidad como en calidad óptimas.
En sus comienzos muy básica, la silvicultura ha evolucionado a través de los siglos, incorporando e enriqueciéndose con otras ciencias variadas como la biología vegetal o las estadísticas.
Algunas de estas disciplinas le resultan muy útiles al técnico forestal con la responsabilidad de administrar un bosque.
Por ejemplo, la fitosociología estudia la interacción y el comportamiento entre especies vegetales, la adecuación de rodales forestales persigue equilibrar y garantizar los niveles productivos del bosque, la dendrología estudia la forma, volumen y tamaño de los árboles y así sucesivamente cada ciencia complementaria de la silvicultura le permite al técnico entender el bosque y moldearlo de manera que pueda responder a las exigencias de la sociedad.
Si bien es cierto que a los bosques hay que celarlos, esa es solamente una faceta de la compleja tarea que debe asumir todo técnico forestal que aspira a una gestión del bosque moderna
Sin embargo el ciudadano común se mantiene lejano de estas realidades, pensando que el rol de los profesionales del bosque se limita a una simple función de vigilancia. Todavía más en la cultura criolla, el guardaparque o guardabosque es generalmente un individuo con funciones represivas dedicado a caerle atrás a los “tumba palos”.
Si bien es cierto que a los bosques hay que celarlos, esa es solamente una faceta de la compleja tarea que debe asumir todo técnico forestal que aspira a una gestión del bosque moderna.
De igual modo, para una gran mayoría, la permanencia de los bosques se consigue mediante la plantación simbólica de unos cuantos árboles en ocasiones especiales, todo esto acompañado de su debida campaña publicitaria promocional.
Pero no, los técnicos forestales hemos tenido que aprender ciencias tan inusuales como la dendroarqueología, la etnobotánica o la edafología para poder pretender integrar a la gestión del bosque aspectos ecológicos y de conservación por un lado, y aspectos sociales tales como la función recreativa del bosque.
Esta ampliación del enfoque de la gestión forestal ha permitido entender mucho mejor el funcionamiento de los ecosistemas forestales.
Añadiéndole a esto la eficiencia de los sistemas de información y la cartografía digital, la gestión de los bosques entra al siglo 21 por la puerta grande.
Como resultante de todo esto tenemos una gestión forestal más dinámica y reactiva a las tendencias, y esto se ilustra por ejemplo con la reciente implementación de la ecoforestería que predica y practica una silvicultura más cerca de la naturaleza.
A medida que la clase política, el “apparatchik”, entienda que una sana administración del bosque pasa por métodos científicos, tendremos más y mejores bosques y más beneficios de los mismos.