Deforestación y fin del mundo

Dice un pastor evangélico por ahí que estamos a pocos días del fin del mundo, dando fechas específicas para esos acontecimientos. Creo personalmente que el fin del mundo no es un evento aislado y corto, es por el contrario un proceso largo, una tendencia, una pendiente resbalosa. Cada una de nuestras acciones individuales definen la tendencia, hacia la prosperidad o hacia nuestra destrucción y probablemente nuestra desaparición como especie. Los humanos hemos tomado por costumbre modificar y adaptar la naturaleza, el medio ambiente en general, según nuestras necesidades, influyendo así en el destino de cientos de miles de otras especies animales o vegetales. La destrucción pura y simple de la cobertura forestal, también llamada deforestación, es uno de los cuatros jinetes del apocalipsis.

El tema ha sido muy debatido, comentado y analizado, pero no resuelto. Se puede interpretar la deforestación, y así lo hago yo, como un retroceso en nuestra evolución biológica. Dónde quiera que grupos humanos acabaron indiscriminidamente con los recursos boscosos del lugar, siguieron grandes crisis en la salud, la alimentación y el bienestar en general. El simple y único tema del bosque como regulador del recurso agua es suficiente para ilustrar muy explícitamente esa correlación invariable. ¿Qué es exactamente lo que piensan hacer los ciudadanos urbanos cuando abran la llave del baño o de la cocina y no salga nada? Porque eso es lo que va ocurrir más pronto de lo que se imaginan.

Nuestras principales cordilleras están sufriendo el embate incesante de un conuquismo sin control, sin medidas de conservación de suelo, sin prácticas de agro-forestería, sin aplicación de las regulaciones y normativas públicas, y simplemente sin sentido común. Cuando se remueve, cortada y calcinada, la cobertura vegetal de un área natural de pendiente marcada, las precipitaciones y la gravedad se encargan de arrastrar los suelos y dejar esas superficies en la roca viva, y eso pasa en cuestión de días. Para que las especies vegetales remanentes, si es que quedan, puedan reconstituir una capa de suelo orgánico fértil se necesitan siglos. El machete y el tizón, en cada ofensiva, nos arrastran hacía la pobreza, la precariedad y la muerte prematura, individualmente y como nación.

Todo eso ocurre por una serie de razones, de diversas índoles. Hay ciertamente un factor cultural, repetir prácticas ancestrales aunque sean dañinas. Hay también una supuesta lógica agrícola, buscando suelos vírgenes de cultivos tradicionales, pero sobre todo hay una lógica económica. Estas prácticas de rozas y quemas buscan la facilidad, generalmente se hacen en tierras estatales o en fincas privadas aisladas, con mucha vegetación arbustiva para lograr una buena combustión. Así el depredador ni le cuesta la tierra ni le cuesta la preparación, el fuego se encarga.

No hay una repuesta sencilla a esta situación. El Estado en ciertas ocasiones ha privilegiado la represión y la persecución, pero eso es solamente una pequeña parte de la solución, ¿o acaso piensan poner un uniformado detrás de cada árbol? La solución pasa primero por un reconocimiento del problema por la sociedad en general y por los administradores públicos en particular. Luego tienen que seguir acciones concretas de educación, diálogo, cooperación y en última instancia, represión. Existen métodos tales como talleres de diagnóstico rural participativo para identificar las situaciones que motivan esas acciones. También existen herramientas para corregir, mitigar o amortiguar las actividades agrícolas en zonas montañosas. Todavía estamos a tiempo de evitar una crisis nacional mayor, claro, entendiendo que al que debemos presionar para un cambio no es al individuo, sino al Estado mismo, colocando el tema en los debates nacionales, más especialmente en tiempos de campañas electorales.

Publicado el 1 de junio de 2011 en: acento.com.do