El alma de los bosques (II)

La semana pasada les describimos someramente el bosque de Orcynia y sus vicisitudes. Fue el teatro de una feroz lucha de poderes entre grupos humanos con diferentes culturas y creencias.

En cierto modo ajeno a las querellas de los hombres, el bosque ejercía su propia influencia mágica sobre las poblaciones rurales. La preocupación más grande era perderse en el bosque. Pobre de aquel que pisara la “hierba del olvido” o la “tourmentine” porque jamás volvería a encontrar su camino.

Los mismos árboles eran detenedores de poderes mágicos, transformándose en soldados para vencer los enemigos como lo cuenta la leyenda de Cad Godden.

A veces, un bosque completo se movilizaba para castigar una ciudad culpable, así según la leyenda la ciudad de Tulle fue cubierta por el bosque de Blanche-Fort por no ofrecer hospitalidad en la tormenta a un viajero solitario, cuya verdadera identidad era Jesús Cristo.

Pero la inmensa fascinación por el bosque viene sobre todo de las criaturas mágicas que hospeda.

Uno de los vestigios más persistente que ha dejado el druidismo es el de las hadas. Representan el símbolo de las creencias paganas antagónicas a las conquistas del apostolado cristiano. Hijas de las ninfas y de los druidas, ellas habitaban todos los bosques de Europa occidental.

Son hermosas, encantadoras, seductoras pero muy celosas de su intimidad con el bosque. Innumerables leyendas y cuentos revelan sus poderes mágicos y su carácter enigmático. Atraen a los hombres para luego dominarlos, así fue seducido el mago Merlín por el hada Viviane.

Muchas veces las hadas tomaban la forma de una cierva blanca para atraer el cazador hasta lo más profundo del bosque. Algunas son malvadas, otras benéficas y ayudan al viajero perdido en los laberintos del bosque. Ellas tienen la misma ambivalencia que la madre naturaleza.

Más aterradores, en el bosque también habitan los ogros y los gigantes. Su origen se pierde en la mitología de la antigüedad con sus Titanes, hijos de Gaïa, la tierra. Sus presas son generalmente niños pequeños perdidos siendo el más famoso de ellos Pulgarcito, en el cuento de Charles Perrault.

A los ogros también les gustaba secuestrar jóvenes hembras y llevarlas hasta su morada para abusar de ellas. Por suerte, normalmente aparece un caballero dispuesto a rescatarlas.

Así como los ogros son grandes y feos, los duendes son minúsculos y encantadores, aunque no siempre tienen buenas intenciones. Se manifiestan principalmente de noche y llevan diferentes nombre según la región. Los Couzietti de las Árdenas gustan de las muecas y roban la ropa de las lavanderas después de haberlas asustado. Los pie-pie-van-van viven cerca del río Meuse y atraen al agua los viajeros indefensos. En el bosque de Picardía vivían los goblins y en Bretaña los korrigans, famosos por sus grandes sombreros verdes o negros.

Más allá de cualquier broma, algunos duendes llevaban los hombres a su perdición. En sus leyendas rústicas, George Sand nos habla de los fadets y de los lupeux de la región de Berry, que buscaban la muerte de aquellos que se dejaban distraer por ellos y sus trucos. El travieso duende se transformaba entonces en criatura maléfica y diabólica, de alguna forma como repuesta al asedio de los humanos.

En la próxima y tercera entrega, hablaremos del bosque como lugar de marginalidad, brujerías y diabluras.

Publicado el 2 de abril de 2011 en: acento.com.do