El alma de los bosques (III)

El aspecto imaginario que reviste el bosque se puede teñir de terror con facilidad. El bosque también es misterio, penumbra e inquietud. Decía Marcel Aymé que sentía en el bosque una inercia hostil que escondía arrastres hipócritas y malvados.

De ahí a decir que el bosque es el hogar de las almas malditas y de las criaturas de Satán, sólo hay un paso.

Ese paso, las creencias populares lo dieron con frecuencia. Los leñadores o carboneros eran asociados a hombres lobos y los ermitaños que vivían en el fondo del bosque eran sospechosos.

El miedo que infundía el bosque al campesino europeo de la era medieval fue tenaz. Por mucho tiempo éste vio en el bosque un universo hostil y maléfico habitado por seres marginales y temidos.

La diferencia entre hada y bruja es que la segunda vendió su alma al diablo. La edad de oro de las brujas se sitúa entre los siglos 14 y 18, probablemente porque fue en esa época que la iglesia católica intentó retomar el control de poblaciones campesinas que rendían cultos paganos y ancestrales.

Se multiplicaron los juicios a supuestas brujas en toda Europa para frenar esas alegadas prácticas endiabladas. Se cuenta que las brujas se juntaban, de noche con linterna en mano, cabalgando una escoba llamada en Francia “escouvette” o “ramon”.

A esas juntas se le llamaba “circulos de brujas” y todavía se conoce los sitios dónde ocurrían, el bosque de Orville en Picardía con su vegetación atrofiada y sulfurada, el bosque de Râches en el Douaisis donde la hierba no crece nunca, para mencionar esos dos.

Los hombres lobos, “loups-garous”, son generalmente pobres humanos que tienen la facultad de cambiarse en lobos e ir a correr en los bosques después de medianoche.

Como es lógico, ese poder les fue conferido por el propio diablo quien reviste él también la forma de un lobo negro de gran tamaño para andar en los bosques. Las creencias en estas criaturas son más fuertes en algunas regiones, como Normandía dónde le dicen “Warou”, pero también en Poitou o en Berry.

En la edad media hacían vida en el bosque un mundo de obreros especializados en diferentes tareas relacionadas con la madera. Leñadores, cortadores, “fendeurs”, “equarisseurs” y claro, carboneros.

Estos grupos conformaron sociedades con reglas y ritos secretos y rigurosos, tal vez inspirados en los templarios de la región de Champaña. La asociaciones rituales de carboneros se extendían por todo Europa occidental, en algunos casos y lugares se beneficiaban con la protección de los “barones forestales”.

Se dice que el propio Francisco I fue iniciado en el Val de Loire y a consecuencia se decretó protector de los buenos hermanos carboneros.

A principios del siglo 16 fueron aceptados en esas sociedades extranjeros que se oponían a la tiranía de los señores. Este fue el origen de los Carbonari.

En 1807 fue fundada en Italia la primera sociedad secreta política de los Carbonari y en Francia, en el Jura, fue instituída la primera carbonería con carácter político. Ésta, durante la restauración, constituyó un contra-poder revolucionario en toda Francia.

Con esta tercera entrega terminamos el ciclo del alma de los bosques. En una próxima serie, trataremos de los bosques del alma, ilustrando la influencia de los bosques en la literatura en general y la poesía en particular, en la música, la arquitectura y en las artes gráficas.

Publicado el 17 de abril de 2011 en: acento.com.do